marzo 31, 2011

Rutina. Un poema de Héctor Abad Faciolince

Sigamos compartiendo lecturas. 

El presente es uno de los poemas que más me gusta; es tan real y tan sincero que me atrapa, y cuando lo leo pienso en esa rutina, esa incontrolable rutina en que se va convirtiendo nuestra vida; una rutina en la que tal vez ya muchos maestros han caído y, simplemente, no se dan cuenta, no lo perciben, no lo sienten. La vida pasa plana y con ello se van disolviendo los sueños, los ideales y las esperanzas de una sociedad más habitable y menos traumática...


A Ricardo Bada

Esa felicidad,
esa seguridad
de repetir los mismos gestos cada día.
Exprimir las naranjas,
preparar el café,
tostar las rebanadas
de pan,
untar la mermelada.
Darle a la vida
el ciclo regular de los planetas,
acostarse a las once,
levantarse a las seis,
sentir que cae el agua
tibia, plácida,
encima de tus hombros,
usar siempre
el mismo jabón, el mismo champú,
la misma loción
–la que usaba tu padre–.
Protestar por lo malo
que se ha vuelto el periódico,
el de toda la vida,
el pan de cada día,
y volver a comprarlo
con ese mismo asco resignado
de tener que cagar
una mañana sí y otra también.
Usar siempre los mismos
viejos zapatos que se parecen
más a ti que tus pies.
Vestirte
con el eterno azul
que te vuelve invisible,
felizmente invisible.
Sentir que tú eres tú,
que yo soy yo.
Ir a los mismos sitios,
comer las mismas cosas,
jueves frisoles,
lunes pescado,
sábados arroz...
Visitar a tu hermana todos los veranos
y pensar que envejece,
pero decirle siempre que no cambia,
que no cambie.
Recordar a los muertos
en cada aniversario;
enviar tarjetas cursis
en cada cumpleaños.
Planear de nuevo el viaje
que nunca emprenderemos.
No poder soportar
que ya no haya tranvía,
que hayan movido
la parada del bus
a la otra manzana,
que hayan quebrado los ferrocarriles,
que nadie escriba cartas
y haya que adaptarse
al correo electrónico,
tan vulgar, tan urgente,
la vida un permanente
telegrama.
Resistirse a llevar en el bolsillo
un teléfono,
detestar que el dinero
sea de plástico
y no de plata, de oro o tan siquiera
de papel.
Que el mismo corte de pelo
te lo haga siempre el mismo peluquero,
que tengas siempre gripa por enero,
que el primero
y el quince
llegue la quincena.
Desayunar trancado,
almorzar abundante,
cenar poco,
quejarse de la gota, de la bilis,
de la memoria y de la digestión.
Creer que nunca sueñas.
Recordar ese chiste
de tu única esposa:
“Aquí se picha los viernes
estés vos o no estés vos”,
y hacer hasta lo imposible
cada viernes
por encaramarte en ella
con ganas o sin ganas
porque l’appetito vien mangiando
como dicen en Turín.
Negar que eres un soso,
un rutinario
con el verso aprendido de un amigo:
“La vida se soporta
tan doliente y tan corta
solamente por eso”.
Caminar por la calle ensimismado,
ausente de este mundo,
rumiando en tu cabeza
historias, frases, viajes, desventuras,
crímenes, adulterios, melodramas, incestos,
abortos, heroínas, traiciones, sacrificios,
saber que todo drama
está en tu calavera,
que la gran aventura
ocurre en las paredes de tu cráneo,
que nunca habrá más grande sensación
(orgías, drogas, sueños)
que aquello que imaginas.
Que la vida consiste en perdonarnos
las ofensas que hacemos,
los gestos que no hicimos,
los silencios cobardes,
los fingidos afectos,
las mentiras.
Y escribir cada día,
ganar la lotería
de al menos una frase
que nadie ha dicho nunca,
tener un pensamiento
que todos han tenido,
pero decirlo bien
con todas las vocales,
con todos los sonidos,
con todos los sentidos.
Lograr que la aventura de tu vida
esté en las páginas que escribes,
en los ojos que ahora
pulen un heptasílabo,
quitan o ponen una coma, una tilde, un acento,
en los ojos que ahora se detienen
complacidos tal vez
o entretenidos
en un punto, este punto: .

Publicado por: Laura Giraldo García

marzo 27, 2011

UNO DE MIS CUENTOS FAVORITOS, ESPERO QUE DE USTEDES TAMBIÉN...

El corazón delator
[Cuento. Texto completo]
Edgar Allan Poe
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
FIN
Traducción de Julio Cortázar

Publicado por: Jhon Jairo Múnera Arboleda

marzo 24, 2011

LA FELICIDAD PERDIDA

ARREPENTIMIENTO

I
    El señor Saval acaba de levantarse. Llueve. Es un triste día de otoño; las hojas caen. Caen lentamente con la lluvia, formando también una lluvia más apretada y más lenta. El señor Saval no está satisfecho. Va de la chimenea a la ventana y de la ventana a la chimenea. La vida tiene días tristes, y para el señor Saval en adelante sólo tendrá días tristes, porque ha cumplido sesenta y dos años. Está solo, soltero, sin familia, sin nadie que se interese por él. ¡Es muy triste morir aislado sin dejar un afecto profundo!
    Piensa en su vida sin encantos y sin atractivos. Y recuerda en el pasado, en su niñez lejana, la casa paterna, el colegio, las vacaciones, la Universidad. Luego, la muerte de su padre.
    Vive con su madre; viven los dos, el joven y la vieja, tranquilamente, sin desear nada. Pero la madre muere también. ¡Qué triste vida! Y el hijo queda solo. Envejece y morirá cualquier día. Desapareciendo él, todo habrá terminado; todo, ni rastro de Pablo Saval sobre la tierra. ¡Qué terrible cosa! Y otros vivirán, amarán, reirán. Sí, habrá siempre quien se divierta, y él no se divierte nunca. Es raro que se pueda reír y estar alegre con la certeza de la muerte. Si la muerte fuera sólo probable, aún habría esperanza; pero no, es tan segura como la noche después del día.
    ¡Y aún si la vida tuviera encantos! Desde que nació no hizo nada. No tuvo aventuras, ni grandes goces, ni éxitos, ni satisfacciones de ninguna especie. Nada, no había hecho nada; su vida se redujo a levantarse, vestirse, comer y acostarse; todo a horas fijas. Y así pasó en este mundo sesenta y dos años. Ni siquiera se había casado, como la mayor parte de los hombres. Por qué? ¿por qué no se había casado? Pudo hacerlo, pues tenía bastante renta para mantener una familia. ¿Tal vez no se le había presentado la ocasión?... Acaso. Pero se buscan las ocasiones. Era un poco negligente, abandonado…Eso fué la causa de todo: su daño, su defecto, su vicio. ¡Cuántas gentes malogran su vida por abandono! ¡Es tan difícil para ciertas naturalezas moverse, agitarse, hablar, insistir!
    II
    Nadie le había querido. Ninguna mujer durmió sobre su pecho en completo abandono de amor. Desconocía las deliciosas angustias del que aguarda, el divino estremecimiento de una mano sintiendo la opresión de otra, el éxtasis de la pasión triunfante. ¡ Que dicha sobrehumana debe de inundar el corazón cuando los labios de dos bocas se acarician por primera vez, cuando cuatro brazos, oprimiéndose, forman de dos seres uno solo, un ser inmensamente feliz, un alma de dos almas, ansiosas la una de la otra!
    El señor Saval se había sentado junto a la chimenea, envuelto en su bata.
    Ciertamente su vida estaba frustrada, en absoluto frustrada. Sin embargo, una vez tuvo un amor; había querido a una mujer secretamente, dolorosamente y descuidadamente, como lo hacía todo. Sí, había querido a su amiga la señora de Sandres, mujer de un antiguo camarada. ¡Oh, si la hubiese conocido soltera! Pero la conoció tarde, cuando ya estaba casada. El también se hubiera casado con aquella mujer que le inspiró amor desde el primer instante, y a la cual siempre quiso.
    Recordaba sus emociones de cada vez que la veía, sus tristezas de cuando se apartaba, las veces que no pudo en toda la noche descansar pensando en ella.
    Por la mañana se sentía menos apasionado que por la noche. ¿Qué motivo habría?
    ¡Qué bonita, qué rubia, qué rizada era en sus años floridos! Sandres no era el hombre que aquella mujer necesitaba. Sin embargo, a los cincuenta y ocho años ella parecía dichosa.
    ¡Oh, si le hubiera querido en otro tiempo! ... ¡Si le hubiera querido! Y ¿quién sabe si le había querido?
    Si hubiese adivinado aquel amor profundo... Y ¿quién sabe si lo adivinó alguna vez? Y si lo adivinó, ¿qué pensaría entonces? Y si él hablara, ¿qué hubiese contestado ella?
    Y Saval se hacía mil preguntas más, reviviendo su pasado, interesándose por buscar y recoger una porción de sucesos insignificantes.
    Recordaba las horas que pasaron en casa de Sandres, jugando a las cartas, cuando la mujer era bonita y joven.
    Y recordaba cuantas palabras le había dicho ella y las entonaciones que usó para decírselas; recordaba las mudas sonrisas que significaron tantas cosas.
    Recordaba los paseos de los tres a la orilla del Sena, los almuerzos campestres en domingo siempre, porque Sandres estaba empleado en la Subprefectura. Y de pronto le sorprendió la imagen clara de una hora pasada con ella en un bosque, junto al río.
    III
    Habían salido por la mañana, llevando sus provisiones en paquetes. Era un día de primavera, uno de esos días en que hasta el aire embriaga. Todo estaba perfumado y brindando goces.  Los pájaros cantaban mejor y volaban con más ligereza.
    Hablan comido sobre la hierba y a la sombra de un sauce, cerca del agua adormecida por el sol. El aire tibio, impregnado en perfumes de savia, se respiraba co delicia. ¡Qué dulzuras las de aquel día.
    Después de almorzar, Sandres se había dormido al pie de un árbol.
    —El mejor sueño de su vida—según dijo cuando despertó.
    La señora de Sandres, del brazo de Saval, paseaba por la orilla del río.
    Apoyándose mucho en él, reía diciendo:
    —Estoy un poco borracha, bastante borracha.
    Saval, mirándola fijamente, sentía estremecimientos y palpitaciones; palidecía, temiendo que sus ojos no se mostraran con exceso atrevidos, que un temblor de su mano revelara su secreto.
    Ella se había hecho una corona con flexibles tallos y con lirios de agua, y le preguntó:
    —¿Le gusto a usted así?
    Como él no contestó nada—no se le ocurría nada que contestar, y más fácil hubiérale sido caer a sus píes de rodillas—, ella soltó la risa, una risa casi burlona y despechada, gritándole:
    —¡Tonto, más que tonto! Hable usted al menos.
    El estuvo a punto de llorar, sin que acudiese ni una sola palabra en su ayuda.
    Y todo esto lo recordaba como el primer día.
    ¿Por qué le había dicho ella: «Tonto, más que tonto! Hable usted al menos?»
    Recordaba de qué modo, con cuanta dulzura le oprimía, apoyándose en él. Y al inclinarse para pasar por debajo de un árbol de ramas caídas, la oreja de la señora Sandres había rozado la mejilla del señor Saval, ¡su mejilla!, y él había retirado la cabeza con un movimiento brusco para que no creyera ella voluntario aquel contacto.
    Cuando él dijo: «¿Le parece si es hora de que volvamos?», ella le arrojó una mirada singular. Cierto; le miró entonces de un modo extraño. De pronto no lo tomó en cuenta y al cabo de los años lo recordaba minuciosamente.
    Ella le había dicho:
    —Como usted quiera; sí está usted cansado ya, Volveremos.
    Y él había contestado:
    —Yo no me fatigo, señora; pero es posible que Sandres haya despertado.
    Y ella replicó, encogiéndose de hombros:
    —Si teme usted que haya despertado mi marido, es otra cosa; volvamos.
    Al volver ella silenciosa, ya no se apoyaba en el brazo de su amigo. ¿Por qué?
    Este «porqué» no había encontrado respuesta y era una preocupación constante. Al cabo de los años, el señor Saval creyó entrever algo que no había entendido nunca.
    Acaso ella...
    IV
    Ruborizándose, se levantó conmovido, emocionado, como si treinta años antes hubiera oído en labios de la señora Sandres un «¡te quiero!»
    ¿Sería posible acaso? Esta sospecha que despertaba en su espíritu le torturó. ¿Era posible que a su tiempo no viese, no adivinase nada?
    ¡Oh, si eso fuera cierto, si hallándose tan cerca de la dicha no hubiera sabido aprovecharla!
    Se resolvió. Le ahogaban las dudas. Quería saber la verdad. ¡La verdad!
    Se vistió de prisa, de cualquier modo, pensando:
    «He cumplido sesenta y dos años; ella tiene cincuenta y ocho. Bien puedo permitirme la pregunta.»
    Y salió.
    La casa de Sandres estaba en la otra acera de la misma calle, casi frente a la casa de Saval.
    La criada se extrañó de verle tan temprano.
    —¡Usted por aquí a estas horas, señor Saval! ¿Ha ocurrido algo?
    Saval contestó:
    —Nada, hija mía. Pero di a la señora que necesito hablar con ella lo antes posible.
    —La señora está en la cocina preparando confituras para el invierno y no está presentable para visitas, como usted puede suponer.
    —Bueno; dile que necesito hacerle una pregunta importante.
    La muchacha se fue y Saval recorría el salón con pasos nerviosos. Se sentía desligado, resuelto en semejante ocasión. ¡Oh! Iba entonces a preguntarle aquello como le hubiera preguntado por una receta de cocina. ¡Tenía ya sesenta y dos años!
    Se abrió la puerta y entró la señora. Era ya una matrona muy abultada, con las mejillas redondas y la risa fácil y sonora. Su gordura no le permitía fácilmente acercar los brazos al talle y elevaba los brazos desnudos y salpicados de almíbar. Al entrar pregunto con inquietud:
    —¿Qué le ocurre a usted, amigo mío; está enfermo?
    Y él respondió:
    —No estoy enfermo, amiga y señora; pero me escarabajea una duda, para mí de mucha importancia, que me oprime el corazón, y vengo a que usted me la resuelva. ¿Promete contestarme con sinceridad?
     Ella sonrió, diciendo:
     —He sido siempre muy sincera. Pregunte.
     —Pues ahí va. Yo he vivido enamorado, queriendo a usted siempre, desde que la vi por vez primera. ¿Usted lo sospechaba?
     Ella contestó, riendo, con algo de la ternura que impregnó en otro tiempo sus palabras:
     —¡Tonto, más que tonto! Lo conocí desde el primer día.
     Saval, temblando, balbució:
     —¿Usted lo conocía? Entonces...
     Y se contuvo.
    Ella preguntó:
     —Entonces... ¿qué?
    Saval, decidiéndose, continúo:
     —Entonces, ¿qué pensaba usted? ¿Qué..., qué..., qué me hubiera contestado?
    Ella, riendo mucho, mientras una gota de almíbar se deslizaba por sus dedos, le dijo:
     —Como usted nada preguntó...¡No era cosa de que yo me declarase!
     Avanzando hacia ella, Saval insistía:
    —Dígame, dígame... ¿Recuerda usted una tarde, cuando Sandres se durmió sobre la hierba, después de almorzar, y nos fuimos juntos, del brazo, lejos?...
    Se detuvo. La señora no dejaba de reír, mirándole fijamente a ojos.
    —¡Vaya si me acuerdo!
    Saval prosiguió, estremeciéndose:
    —Pues, bueno; si aquel día yo hubiera sido..., yo hubiera sido... más osado..., ¿qué hubiera hecho usted?
    Ella, sonriendo como una mujer dichosa, que no tiene de qué arrepentirse ni desea nada, respondió francamente, con voz clara y una punta de ironía:
    —Hubiera cedido seguramente.
    Y dejándole plantado volvió a cocina.

    V
   
    Saval salió a la calle aterrado como después de un desastre. Andaba como impulsado por un instinto en dirección al río, sin pensar a dónde iba, mojándose, porque llovía mucho. Su traje chorreaba; su sombrero, deformado. parecía un canal. Y andaba sin descanso hasta llegar al sitio donde almorzaron aquella mañana. El recuerdo lejano le torturaba el corazón.
    Se sentó al pie de los árboles, desnudos ya de hojas, y lloró.

De: Guy de Maupassant

Publicado por: Jhon Jairo Múnera Arboleda y Marcela Carmona

marzo 22, 2011

¿Cómo va nuestro proceso de formación en Didáctica de la lengua y la literatura II?

Los invito a reflexionar acerca del desarrollo de nuestro primer eje temático y su eje problémico... (El abordaje de la literatura como objeto de estudio)

¿Cómo son asumidos los paradigmas que orientan la formación en literatura en el marco de la política educativa nacional?

Sandra C.

marzo 21, 2011

Sobre nuestros textos favoritos

La clase anterior nos regalamos un rato para compartir algunos de los textos o poemas que más nos gustaban. Aprovecho este espacio, entonces, para compartirles unos de los textos que más me llena, que más me gusta y que más me pone a pensar. Los invito a que deliremos y a que soñemos un ratito con El Derecho al delirio de Eduardo Galeano, espero que disfruten el video, las imagenes y la voz del escritor.


Nota:

Les recuerdo, compañeros que es importante que nos identifiquemos al momento de hacer nuestras publicaciones en el blog, para que éstas no sean anónimas.

Un saludo,

Laura Giraldo García

AL MAESTRO (POEMA)

El maestro cada día
se nos brinda por entero,
y con trabajo y desvelo
nos da su sabiduría.

Se esmera por entregarnos
sin reservas su saber,
y así nos hace crecer
para poder realizarnos.

Por todo eso sabemos
que nunca será bien pago
todo el esfuerzo brindado
...más igual lo agradecemos.

Finalmente no podremos
retribuir lo recibido,
quedando más que entendido
que nunca lo olvidaremos.

 
Autor: Jorge Horacio Richino -
Ciudad de Buenos Aires, 5 de febrero de 2008 



Publicado por: Jhon Jairo Múnera Arboleda y Marcela Carmona


REFLEXIÓN SOBRE NUESTRA LABOR

PARA SER  LOS EDUCADORES DEL MAÑANA.

Desde que somos pequeños mostramos algunas habilidades que dejan entrever lo que a futuro podemos llegar a ser, desde que escogemos un juguete que nos llame la atención y de ahí puede decirse  que en algún momento despierte en nuestro interior el deseo por ser un medico, un ingeniero, un profesor, un deportista, etc.,  haciendo que estas pequeñas señales sean vistas por nuestros padres, de manera que puedan ser explotadas al máximo con una enseñanza y desarrollo tanto cognitivo como físico y espiritual adecuados, los cuales solo pueden adquirirse en las escuelas o instituciones de educación media y superior como promotores de la formación integral de ciudadanos de calidad.
Esta educación de calidad en Colombia se retraza cada vez mas en varios lugares, empezando por los hogares y los padres, como los primeros propiciadores del conocimiento para con sus hijos; y de ahí que se generen esas rupturas en el aprendizaje debido a la falta de capacidades pedagógicas y didácticas en los padres para lograr algunas pequeñas bases del saber en sus hijos, tal vez teniendo en  cuenta la falta de preparación de ellos para con  su labor paternal y la falta de información de cómo educar a sus hijos sean los motivos por los cuales este dilema pasa a manos de la escuela o institución educativa, en donde los maestros deben de lograr en los niños la aprehensión del conocimiento y la formación que ellos necesitan para su desempeño en la sociedad, partiendo de la experiencia que se debe crear tanto en los hogares como en la escuela, como instituciones para la educación inicial y posterior de los estudiantes.
Creo que es importante rescatar esta parte de la intervención de padres y docentes con miras a la proyección de los niños como ciudadanos y personas con un alto grado de desarrollo como seres humanos con principios y valores, pero, sin dejar de lado esa formación en los gustos personales, en las habilidades artísticas que los niños demuestran a temprana edad,  en esos “hobbies”, por así decirlo que complementan esa educación integral que debería marcar diferencias en la educación actual de nuestro país, donde debemos de tener una visión mas cosmopolita sobre la diversidad de pensamiento, cultura y gustos, para dar paso a un pleno acto de tolerancia y respeto individual y colectivo para lograr los objetivos y metas propuestas en esta profesión educativa.
Pero también se debe tener en cuenta que en ese ambiente propicio, como los hogares e instituciones, se deben de dar algunos elementos fundamentales para que esa interacción entre estudiante – padre – profesor logre la fusión precisa para que den frutos con respecto a la formación que se pretende para los niños, ya que de lo contrario se caería en falencias que entorpezcan la labor de los padres y docentes, para poder lograr estos cambios no solo personales sino también sociales, debemos empezar a transformar la forma como educamos, no solo a nuestros niños, sino también, a padres y  a los maestros del futuro , apoyados en los recursos necesarios que toda institución debe tener, tanto en la parte física, como el plantel, las instalaciones didácticas y de alta tecnología que como herramientas junto a una preparación académica y pedagógica por parte de los docentes de manera profesional y vocacional pueden potenciar y mejorar las labores de enseñanza y aprendizaje para hacer de la adquisición del  conocimiento  algo mejor para todos como sociedad en evolución constante, por eso la insistencia en ese vuelco total y revolucionario que aclaman todos los implicados en el sector educativo para el cambio  y  dar un nuevo significado a  la educación en nuestro país.
Pretendemos y  debemos cambiar la forma como vemos las cosas, cambiando interiormente y proyectando esa nueva imagen podemos arrastrar a otros a lo mismo, para lograr esa visión mas universal  frente a las diferencias y el lograr superar esa educación  formal y tradicionalista que nos ha marcado por varios años,  para hacernos a lo nuevo, embarcarnos a esa nueva era moderna donde lo tecnológico, lo artístico y lo innovador van de la mano para incrementar la cultura en nuestra sociedad con el objetivo de dar al nuevo mundo estudiantes que se conviertan en ciudadanos ejemplares que hagan honor a los esfuerzos que se hacen y se harán en pos de la educación.


Por: Jhon Jairo Múnera Arboleda


Publicado por: Jhon Jairo Múnera Arboleda y Marcela Carmona

marzo 19, 2011

Literatura y Pintura

Qué es la literatura sino un conjunto de imágenes de un mundo ficcional creado por el autor, que son posibles tan solo porque nacen de lo humano, porque están en un mundo paralelo con sus propias reglas dentro de la obra, en efecto, se hace literatura con un lenguaje especifico, con el del autor, el de la literatura (en general), el cotidiano, el humano, el del lector, el de la historia; de ahí que todo es lenguaje, pero no todo es literatura, ella es en parte la metáfora de la capacidad de crear a través del lenguaje que poseemos lo seres humanos, pues lo que existen son las palabras, en ellas vivimos y con ellas somos, la literatura es a través de ellas y por tanto, es a través de un lenguaje creado específicamente para eso, para ser arte, para ser bello, que la literatura se constituye como lo mejor y lo peor de un ser, puesto en el la escena cultural, así, la obra trasciende el estado de objeto, para entrar en el estado de ser, de existir, de estar viva.

Así pues, qué es una imagen sino una forma de lenguaje, qué es el mundo que nos rodea sino una extensión de nuestro mundo interno, en efecto, somos, cada uno de los seres humanos, un conjunto de imágenes y de vacíos, nos dibujamos y desdibujamos para existir, y ello nos obliga a morir en cada paso, pues tenemos la necesidad de reinventarnos en los trazos de lo que llamamos existencia, somos un boceto para nada como dice Kundera en las primeras páginas de La insoportable levedad del ser, pero ese boceto cobra valor precisamente porque no se consuma como obra en vida, sino como obra en muerte, así el mejor cadáver exquisito es la vida misma y el cuerpo que abandonamos tres metros bajo el silencio, el polvo, el olvido y las cenizas del tiempo que se nos agota por el cansancio mismo y no por su imperfecta veracidad; el tiempo es uno de los lenguajes más perfectos, pues logra aprisionar muy bien la intensión del emisor: el tiempo nos recuerda la muerte, pero también la vida, el tiempo es nada, no existe aunque esté en todo, la celda somos nosotros mismo que envejecemos con las ideas.

Entonces; La pintura es a mi modo de ver, la manera en que un ser humano es capaz de sacar de sí aquello que está dentro de su alma, dentro de sus ojos, es decir el objeto a plasmar en la obra no sucede afuera del creador, este al igual que la obra observada por el espectador sucede en su mundo interno, así, todo artista comparte algo de sí mismo con el espectador; pero la diferencia entre la experiencia estética ante una obra literaria y una pictórica, es que el silencio de la obra pictórica grita a los oídos del espectador aquello que tan solo su ser conoce, aquello que sólo sus sensaciones son capaces de especificar, efectivamente observa la obra dentro de su ser, dentro de su alma, el arte está más allá de lo que somos, la obra de arte es eterna, los hombres mortales, la obra de arte transmite sensaciones, los hombres sienten; en efecto, la obra de arte nos ayuda a ser, más allá del cuerpo y de las palabras.

La literatura y la pintura se cruzan efectivamente en el lenguaje figurativo, y es partir de ello que surgen temas como la écfrasis y demás momentos dónde una obra literaria se refiere a una obra pictórica, pero también sucede lo contrario, tal es el caso de las ilustraciones que escenifican lo acontecido en una obra o el libro álbum que resignifica la lectura pues se vinculan los procesos semióticos y hermenéuticas tanto del lenguaje como del sujeto mismo, algo así como una hermenéutica del sujeto, si se quiere el modo de Fucoult, quien al descubrir la relación entre las palabras y las cosas, redefine el concepto de cosa y el concepto de palabra, dónde la palabra es el hombre y la cosa un objeto inexistente hasta que es nombrada... en siguientes publicaciones hablaré de artistas y literatos que al igual que yo aman el arte más allá de lo corpóreo y lo sensitivo.

marzo 13, 2011

Pasos para participar en el blog.

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Y listo…

Espero que estos pasitos ayuden a aclarar dudas, sobre cómo participar en el blog.

Laura Giraldo García

marzo 08, 2011

Desde la política educativa nacional...

¿Qué mirada tienen los estándares en lenguaje, de la educación en literatura en los contextos escolares?
¿Se da en el eje de literatura una noción de sujeto frente a la formación en literatura?
¿Quién es un lector desde el eje de literatura? ¿Quién es un maestro en el eje de literatura? ¿Cómo se convocan los distintos lenguajes en el eje de literatura?

¡PARTICIPA!
Sandra Céspedes.