mayo 14, 2011


LA LITERATURA HECHA MÚSICA

La relación de literatura y música ha sido y es una de las más antiguas y fructíferas colaboraciones que se producen entre distintas manifestaciones artísticas. Inicialmente, las artes no cumplían funciones específicamente estéticas ni poseían un ámbito disciplinar propio, sino que tuvieron más bien una función pragmática, ya que eran instrumentos, herramientas que posibilitan una construcción. La música,  servía para que se grabaran en la memoria de los miembros de cada comunidad los valores morales, las pautas y normas que organizaban la vida y la convivencia de los pueblos. Canciones y rimas se emplearon primeramente para que se recordaran los comportamientos de los personajes modélicos y ejemplares que servían de modelos de identificación de los valores propios y para que se aprendieran normas de conducta que garantizaban la supervivencia personal y el funcionamiento de los diferentes grupos. Cuando el ser humano sintió la necesidad de expresarse y hacer oír sus sentimientos, utilizó movimientos del cuerpo acompañados de sonidos que progresivamente se fueron enriqueciendo con ritmo, melodía y finalmente con palabras. Haciendo un breve repaso por la historia de la literatura, sea cual sea la lengua a la que pertenezca, se aprecia que, antes de ser escrita, existe una importante tradición de literatura oral, cuentos, historias y leyendas que se han transmitido de generación en generación a través de los tiempos.

Pese a esta estrecha relación inicial, música y literatura evolucionaron por caminos diferentes hasta llegar a establecerse de forma independiente y autónoma, cada una con sus propias características, géneros y autores. Por fortuna, y al igual que el cine o la televisión, la música es otra de las artes que en los últimos años ha vuelto sus ojos a la literatura para ofrecer versiones, adaptaciones incluso traducciones de textos literarios. En este caso, la labor es más difícil, pues el tiempo para tratar de reproducir el contenido o mensaje del texto literario es muy limitado mientras que en el cine se cuenta con dos o tres horas para el mismo fin. El cine por su parte prefiere narrar, contar historias como en las obras en prosa, la música se centra en la estética, la metáfora y la brevedad de la poesía. Es por esto que se logra captar y relacionar, la música y la literatura ya que a través de ellas, se puede evidenciar una identificación de culturas y movimientos, que proporcionan encanto en el mundo real, por lo tanto se hace pertinente establecer contactos con el cine y la pintura, donde los vasos comunicantes se hacen más amplios y fluidos al verse con claridad el mundo real convertido en arte.

mayo 10, 2011

De la lectura y sus fantasmas

Muchachos ahí les va una reflexión mía en relación con la creación de un cuento. Dado mi saber limitado con estas cosas tecnológicas hasta ahora publico, gracias a Laura. Espero haya comentarios...


De la lectura y sus fantasmas


Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas… Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me  justifica… Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro sino del lenguaje o la tradición…Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar…Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.

Borges y yo, fragmento.

Un buen cuento está elaborado de manera tal, que su mística calidad tiene la potencia de atrapar fulminantemente a sus lectores. Y hay que decir, como Restrepo, que si los autores administran sus plumas gobernados como por un íntimo extraño –que habita en ellos simultáneamente–, nosotros, los lectores, no contamos con menor indulgencia. 

Podría decirse que el escritor se deja interesar por un tema que no le comporta familiaridad alguna de manera racional, pero que es como un viejo rezago fantasmal que, abrupto, irrumpe en su existencia para avisarle de una posibilidad inimaginada; recuerdo este que habita como en un otro al que desconoce meridianamente y que, no obstante, el escritor estaría dispuesto a reconocer como propio en cualquier trazo creativo. Mientras que el escritor se desgaja de lo que lo rodea, el condolido lector (sí porque, dicho sea de paso, a un lector indolente el más bello texto literario no le reportará más que insípida información) pondera la manera que el autor eligió para ganarlo, sopesa la proposición duradera que, al decir de Restrepo, le resuena al lector como la urgente arremetida de un fantasma: de un fantasma personal que lo acusa inusitadamente de que hay algo suyo en el cuento que lo atrapa.
Y aunque tenerlas no significa crear cuentos, las ideas raramente más cercanas al artista lo “sobrepasan infinitamente” –como dijera Rilke de sus Elegías del Duino (2010, 27) –, puesto que hay en ellas un algo inexcusable que se apodera misteriosamente de él y que se representa en el cuento de manera inasible pero redentora, pues para conquistarlo, es insalvable vencer su casi virginal condición: la de descubrir su velo, y avistar lo que atesora. Parece que las ideas interiormente extrañas –pero ciertas– no superan a las exteriores. Hay una voz… una voz inextricable que clama desde el intestinal apremio: su dictado doblega al artista con la caprichosa voluntad de ser escrito con finura, sus sentencias sobrevienen implacables; y no menos sucede con el lector: lo afana un incógnito padecimiento, lo culpa un indescifrable sentimiento de identificación.

Así, la acción constitutiva de la lectura se alcanza una vez el lector se relaciona con el texto literario, lo complementa, lo completa y, además, se deja afectar por él. Así, se logra una elaboración de sentido que vincula al sujeto en tanto lo conmueve; en tanto lo pone de cara a un asunto propio quizá por él desconocido y, por qué no, en tanto lo concita a la creación de una nueva interpretación que lo allegue a inéditas significaciones. Este proceso por supuesto que le permitiría al lector una afectación de su personalidad. Afectación que, en todo caso, le será apenas insinuación, porque quien finalmente elige el riesgo de renunciar a lo que él es y transformarlo o continuar con su vida tal como está, es el lector. La ignorancia puede ser una forma de vida y la obstinación también; la lectura puede surgir como impactante y desestabilizador acontecimiento después del cual el sujeto, arrojado a la duda y desprovisto de toda seguridad, arrostra la posibilidad de un nuevo vivir.
Podría decirse que la composición es un momento posterior y no menor al de acoger el germen que dará su fruto en una narración, después de haber depurado lo más éxtimo, y de haberle dado lugar a lo más extrañamente irresistible de lo íntimo. Para Restrepo como para Cortázar, lo definitivo no está en el tema escogido, sino en el tratamiento literario que se le grabará a dicho tema.
Es lo más importante para un autor saberse escuchar; y saberse gobernar por eso que escucha de sí mismo: que es, generalmente, el arrebato producido por una excitación que no es ajena y que, sin embargo, desconoce. La ensoñación y el delirio constituyen también el límite infranqueable de un sujeto poético que se apresta, inerme, a la resolución estética de sus combativas e invencibles compulsiones internas.

Michael Parada Bello


BIBLIOGRAFÍA


ü  RESTREPO, Elkin, 2007, Conferencia Lo que el espíritu trae de sus viajes, Medellín.
ü  RILKE, Rainer María, 2010, Elegías del Duino, Ed. Universidad de Antioquia, Medellín.
ü   BORGES, Jorge Luis, 1998, El Hacedor, Alianza Editorial, Madrid.

mayo 01, 2011

El teatro y la Literatura

Hace ya varias clases realizamos un ejercicio con la leyenda de María Angula y mencionamos algunas posibles actividades para realizar en el aula con dicho texto. Tomando como referencia nuevamente a Luis Bernardo Yepes Osorio y sus estrategias de promoción de lectura, se me ocurre pensar en el teatro como un género que acerque y convoque al interés por las lecturas literarias, pero sin quedarnos únicamente en el campo del dramatizado, tan común y tan corriente en la escuela, sino darle más prioridad a la lectura grupal y en voz alta de una obra de teatro; esto permite, a mi parecer, el aprendizaje de las marcas textuales de los argumentos y la importancia de leer cada una de ellas: puntuación, admiraciones, exclamaciones, cursivas, mayúsculas, entre otras, algo también muy importante y muy olvidado en la escuela. 
Pensando ahora en el teatro llevado a las tablas, y en todo lo bello que éste nos puede ofrecer como espectadores, es también una posibilidad para que los estudiantes se acerquen a este género y a la búsqueda y reconocimiento de autores, temáticas y personajes.
A continuación, les presento un ejemplo de lo anterior con una puesta en escena sobre la poetisa Sylvia Plath, en una obra llamada La Chica que quería ser Dios...(que, por cierto, es una de las mejores obras que he visto en la ciudad)



Ahora, como en el teatro, les paso la voz a ustedes para que opinen y participen sobre este y otros géneros literarios abordados en las aulas de clases...

Publicado por Laura Giraldo García