Muchachos ahí les va una reflexión mía en relación con la creación de un cuento. Dado mi saber limitado con estas cosas tecnológicas hasta ahora publico, gracias a Laura. Espero haya comentarios...
De la lectura y sus fantasmas
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas… Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica… Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro sino del lenguaje o la tradición…Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar…Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.
Borges y yo, fragmento.
Un buen cuento está elaborado de manera tal, que su mística calidad tiene la potencia de atrapar fulminantemente a sus lectores. Y hay que decir, como Restrepo, que si los autores administran sus plumas gobernados como por un íntimo extraño –que habita en ellos simultáneamente–, nosotros, los lectores, no contamos con menor indulgencia.
Podría decirse que el escritor se deja interesar por un tema que no le comporta familiaridad alguna de manera racional, pero que es como un viejo rezago fantasmal que, abrupto, irrumpe en su existencia para avisarle de una posibilidad inimaginada; recuerdo este que habita como en un otro al que desconoce meridianamente y que, no obstante, el escritor estaría dispuesto a reconocer como propio en cualquier trazo creativo. Mientras que el escritor se desgaja de lo que lo rodea, el condolido lector (sí porque, dicho sea de paso, a un lector indolente el más bello texto literario no le reportará más que insípida información) pondera la manera que el autor eligió para ganarlo, sopesa la proposición duradera que, al decir de Restrepo, le resuena al lector como la urgente arremetida de un fantasma: de un fantasma personal que lo acusa inusitadamente de que hay algo suyo en el cuento que lo atrapa.
Y aunque tenerlas no significa crear cuentos, las ideas raramente más cercanas al artista lo “sobrepasan infinitamente” –como dijera Rilke de sus Elegías del Duino (2010, 27) –, puesto que hay en ellas un algo inexcusable que se apodera misteriosamente de él y que se representa en el cuento de manera inasible pero redentora, pues para conquistarlo, es insalvable vencer su casi virginal condición: la de descubrir su velo, y avistar lo que atesora. Parece que las ideas interiormente extrañas –pero ciertas– no superan a las exteriores. Hay una voz… una voz inextricable que clama desde el intestinal apremio: su dictado doblega al artista con la caprichosa voluntad de ser escrito con finura, sus sentencias sobrevienen implacables; y no menos sucede con el lector: lo afana un incógnito padecimiento, lo culpa un indescifrable sentimiento de identificación.
Así, la acción constitutiva de la lectura se alcanza una vez el lector se relaciona con el texto literario, lo complementa, lo completa y, además, se deja afectar por él. Así, se logra una elaboración de sentido que vincula al sujeto en tanto lo conmueve; en tanto lo pone de cara a un asunto propio quizá por él desconocido y, por qué no, en tanto lo concita a la creación de una nueva interpretación que lo allegue a inéditas significaciones. Este proceso por supuesto que le permitiría al lector una afectación de su personalidad. Afectación que, en todo caso, le será apenas insinuación, porque quien finalmente elige el riesgo de renunciar a lo que él es y transformarlo o continuar con su vida tal como está, es el lector. La ignorancia puede ser una forma de vida y la obstinación también; la lectura puede surgir como impactante y desestabilizador acontecimiento después del cual el sujeto, arrojado a la duda y desprovisto de toda seguridad, arrostra la posibilidad de un nuevo vivir.
Podría decirse que la composición es un momento posterior y no menor al de acoger el germen que dará su fruto en una narración, después de haber depurado lo más éxtimo, y de haberle dado lugar a lo más extrañamente irresistible de lo íntimo. Para Restrepo como para Cortázar, lo definitivo no está en el tema escogido, sino en el tratamiento literario que se le grabará a dicho tema.
Es lo más importante para un autor saberse escuchar; y saberse gobernar por eso que escucha de sí mismo: que es, generalmente, el arrebato producido por una excitación que no es ajena y que, sin embargo, desconoce. La ensoñación y el delirio constituyen también el límite infranqueable de un sujeto poético que se apresta, inerme, a la resolución estética de sus combativas e invencibles compulsiones internas.
Michael Parada Bello
BIBLIOGRAFÍA
ü RESTREPO, Elkin, 2007, Conferencia Lo que el espíritu trae de sus viajes, Medellín.
ü RILKE, Rainer María, 2010, Elegías del Duino, Ed. Universidad de Antioquia, Medellín.
ü BORGES, Jorge Luis, 1998, El Hacedor, Alianza Editorial, Madrid.
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